En los despachos de gobierno
la señora presidenta
ensayaba su discurso
y le decía a la sirvienta:
¡Limpie bien esos pasillos,
déjelos mejor que nuevos,
que parezca que no exista
nada que ensucie los suelos!
Hay mucho germen masivo
que tienes que eliminar,
mucha basura sin orden,
mucho afán de libertad.
¡Limpie, doña Petronila,
limpie usted sin compasión!
¡Destruya con su fregona
que el suelo no alce su voz!
La señora presidenta…
una mujer con estilo,
crisis a su alrededor
diez sueldos en su bolsillo,
le gritaba a la sirvienta:
¡Limpie bien esas paredes!
¿no entiende que las arañas
pueden tejer con sus redes
medios de comunicación
de ilegales procederes?
La señora presidenta
se acomodaba en su trono
y soñaba con un mundo
de riquezas y poderes,
soñaba con tiendas de oro
caras marcas y decoro,
y sonreía al dependiente
que entendía aquel momento
como un milagro venido
de algún bar del firmamento
donde dios y sus secuaces
se olvidaron de las gentes
y la doña presidenta
aprovechando la corriente
decidió hacerse de oro
y como aquel emperador
de los cuentos de la infancia
comenzó a pavonearse
en nombre de la democracia
y así con esa palabra
tantas veces pronunciada
se convertía en dinero
todo lo que ella tocaba.
La señora presidenta
se acurrucaba en su trono
soñando volar en gaviota
hacia las tiendas más caras
para despilfarrar impuestos
sin que fuera cosa rara.
La señora presidenta,
como hacía tanto frío
se escondía en el calor
de suntuosos abrigos
y sintiendo el calorcito
decía a sus consejeros:
vosotros, fieles adeptos
de mi causa financiera,
vosotros, amigos míos,
os invito a una merienda,
no os preocupéis por la cuenta
que esto lo paga la menda.
Ya me encargo yo de todo,
que tengo muchos vasallos
que me dejan sus impuestos
y así, mollejas y callos,
queso, cecina y morcilla,
una ensalada y buen vino
nos sale por la patilla.
Yo qué comencé en hacienda
sé hacer que esto no trascienda,
y si los medios se enteran,
hacemos que no lo publiquen
y si lo hacen, contenta,
¡mi foto otra vez en prensa!
¡y yo famosa en mi reino
y en todos los reinos del mundo!
Dando ideas a colegas
de cómo ser más corrupto,
pues yo tengo tantas pagas
como un equipo de fútbol,
con entrenador incluido
¡y hasta un árbitro comprado!
no sea que venga el juez
y nos de la turra un rato
como a los pobres amigos
de allí, del mediterráneo,
que entre traje y traje, juicio
y tanto tiempo en el banquillo
¡cuando eran inocentes!
qué cosas tiene la gente…
La señora presidenta
con tantas divagaciones
y tanto estrés sin vacaciones
sintió la necesidad
de que alguien le echase un piropo
porque con su profesión
¡uno pierde el autoestima!
¿es que el pueblo no sabe hacer
crítica más constructiva?
y una, pues oye, a veces,
es normal que se deprima.
Se fue a mirar al espejo
y le preguntó a su reflejo:
¿quien es la más hermosa
de estas tierras y estos montes?
Usted no, doña presidenta,
disculpe mi sinceridad,
pero hay una solución
y como las gentes le quieren,
seguro que no les importa
que utilice algunos fondos
para ser la más hermosa…
y así doña presidenta
cogió y se gastó unas rentas
en subirse la moral
con un tratamiento de belleza.
¡Ahora me verán más guapa!
se decía entusiasmada
¡qué generoso es mi pueblo!
¡cómo cuidan a su dama!
Y sumergida en su trono
en los despachos del gobierno
la señora presidenta
se cubrió con la bandera
y dando un besito al león
éste se convirtió en príncipe
de colorín colorado,
de los que traen alegrías
en forma de finales felices…
pero sin comer perdices,
pues salían tan baratas
que encargaron con los fondos
destinados a salvar
el hábitat del urogallo
unos faisanes de lujo
y unos vinos de regalo
para acompañar las viandas
y acicalar el asado.
La Señora Presidenta por Carlos Huerta Mínguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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